zymbolo

En mi somnoliento estado:


“Emergí del lago del tiempo.
Hermosas criaturas, reinaban el largo.
Me condujo el flujo al templo y,
ahora los ángeles llenaban el arco,
donde me esperaba el gran sueño.


La verdadera meditación: perder el miedo.”


El miedo es atribuido,
se escuchan los ecos irreproducibles lejos,
donde la nada reina, siéndolo todo
el todo.


Y en el precipicio detrás, al otro lado de la arcada, ruge el infernal atroz, la bestia increíble.
Ruge dueño de las putrefactas inmundicias, solo comparables en belleza
y oscuridad, con la mismísima infinidad.


Me acerqué y pude distinguir sus cicatrices faciales, fruto de maremotos lacrimales.
Dijo desde su trono en los acantilados, zarpandolos con sus garras:


“Aquí estoy, sentado sobre mi trono,
tronando… tronando mi voz.
Sobre mi trono de piedra, plateado,
gozoso de flores, suaves, dulces,
entonando, acoplándome, armonizándome.
Vistoso y placentero, sobre mi trono
que a su vez es,
el trono del universo.”


Se dirigió hacia mi, con belleza en su llanto:


-Revelo la naturaleza, la dejo al descubierto, la conozco, pago mi precio y sufro al fundirme en ella y develar sus misterios. El intercambio es justo, el pacto es irrompible.


Y cantó con voz de estruendo:


“Sumergido en estas ventiscas sulfúricas
siento una alegría pura,
tan pura que lastima,
que enternece y derrama lágrimas.
Caen, caen y caen, sin soltarlas.
Solo caen.
Convoco a la tristeza,
con este ritual de oscuridad.
El silencio, la mejor de las músicas.
La naturaleza lo entiende;
vive llorando, vive y existe
siempre en este sentimiento.
Me sumo a ella, me acobija,
y resplandece en mi interior


hasta brotar, por el manantial de mis ojos”


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